Lo que la ciencia dice acerca de resolver los problemas de movilidad.

Daniel Orellana
Universidad de Cuenca.
Uno de los problemas más reconocidos por la ciudadanía es la movilidad urbana. En Ecuador, el crecimiento acelerado del parque automotor se ha convertido en un desafío crítico para la planificación urbana. El número de vehículos crece cuatro veces más rápido que el número de personas, esto ha provocado un colapso en la movilidad de varias ciudades del país, afectando la calidad de vida de sus habitantes, la eficiencia del transporte y la sostenibilidad ambiental. La congestión vehicular y el incremento de emisiones contaminantes se han vuelto características constantes en el día a día de las ciudades ecuatorianas, demandando soluciones urgentes y estructurales.

Hasta finales del siglo XX, se pensaba que una solución era construir calles más anchas, distribuidores de tráfico y pasos deprimidos. Sin embargo, en los últimos años, las investigaciones han descubierto que estas acciones tienen el efecto contrario: incrementan el número de vehículos. Al ensanchar una vía, el tráfico fluía mejor durante algunos años, pero eventualmente volvía a saturarse y, presentaba el mismo problema. Este fenómeno, conocido como “demanda inducida”, se refiere al hecho de que mientras más espacio se destine al vehículo particular, más vehículos serán atraídos. Aunque parezca paradójico, construir calles más anchas empeora el tráfico a mediano plazo. Además, la falta de transporte público accesible y de calidad, las crecientes distancias, la inseguridad en el espacio público y el modelo de ciudad centrado en el automóvil han posicionado al vehículo particular como la única alternativa viable.
Como consecuencia, la mayoría de las ciudades ecuatorianas sufren de un exceso de automóviles, lo cual provoca daños a la salud, pérdida de vidas humanas, deterioro del espacio urbano, pérdidas económicas y genera más del 50% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Esta es una problemática que nos afecta a todos, pero de la cual no todos son responsables: solo el 32% de los hogares tiene acceso a un vehículo particular, mientras que el 68% restante depende del transporte público, caminar o usar bicicleta para sus desplazamientos.
Este problema se ha visto exacerbado por decisiones políticas de gestión de tránsito que ignoran la evidencia empírica existente. Por ejemplo, mientras que innumerables estudios demuestran la efectividad de los radares de velocidad para disminuir los siniestros de tránsito y las muertes viales, algunos gobiernos locales, como en el caso de Cuenca, han retirado o desactivado estos radares incluso en las vías más peligrosas, como parte de una promesa de campaña. Como resultado, los niveles de siniestros de tránsito han aumentado de manera alarmante, con un creciente número de personas lesionadas y fallecidas.
Aunque el problema del tráfico motorizado pueda parecer inabordable, varias investigaciones han mostrado que la mejora de la movilidad urbana exige un enfoque integral y estructuralmente diferente. Partiendo de la premisa de que la necesidad fundamental es la movilidad de las *personas* y no de los *vehículos*, se ha planteado que los sistemas de movilidad deben ser rediseñados para maximizar la eficiencia del transporte para todos los usuarios y sus diferentes motivos de desplazamiento, alineándose con el enfoque de la «pirámide invertida de movilidad». Este enfoque jerarquiza las formas de movilidad de acuerdo con su sostenibilidad y eficiencia. En primer lugar, se encuentran los modos de transporte activos, como caminar y el uso de la bicicleta para trayectos cortos, garantizando además la accesibilidad universal para personas con discapacidad. En segundo lugar, se prioriza el transporte público y colectivo, cuya eficiencia, seguridad y fiabilidad deben ser fortalecidas. En tercer lugar, se incluye el transporte logístico, esencial para asegurar el suministro de bienes y servicios en la ciudad. Finalmente, se sitúa el uso del automóvil particular, que es el medio menos eficiente y más costoso desde la perspectiva socioambiental. La evidencia muestra que este enfoque no solo mejora la movilidad, sino que también tiene impactos positivos en la economía local, eleva la calidad de vida y contribuye a la reducción de enfermedades asociadas con el sedentarismo.
Entonces, si existe un modelo probado, ¿por qué no se ha implementado aún? La respuesta radica en que el cambio requiere un esfuerzo conjunto y sostenido a lo largo del tiempo. Aunque se están dando los primeros pasos en muchas ciudades, aún existen barreras políticas, sociales y culturales que frenan su adopción a gran escala. Es fundamental que tanto los políticos como la ciudadanía trabajen para vencer la resistencia al cambio y que se prioricen las inversiones de acuerdo con la pirámide de la movilidad, asegurando la infraestructura y los servicios adecuados. Una vez que se creen estas condiciones, las personas tenderán de manera natural a elegir los medios de transporte más sostenibles, mejorando así la calidad de vida urbana.